Hermano Mayor

El futuro manto de la Virgen de la Esperanza es un puente entre el Renacimiento y el siglo XXI. Su trazado a candelieri –columna vertebral que reparte la decoración en dos mitades simétricas– bebe directamente de los grutescos descubiertos en la Domus Aurea y de la tradición bordadora andaluza. Desde ese eje brotan roleos de acanto, guirnaldas y jarrones rebosantes de flores, un jardín de oro que evoca el “hortus conclusus” mariano: azucenas de pureza, azahar de promesa, rosas de amor y romero malagueño

En el centro late el ancla de la Esperanza, flanqueada por un sol radiante con el monograma JHS—símbolo de la Buena Nueva que María lleva en su vientre—y coronada por ramilletes de azahar bordados a tamaño real, recuerdo del histórico “palio de azahar” de 1940. Este diálogo continúa con el trono procesional: las mismas rosas doradas y cuernos de la abundancia que lucen sus arbotantes florecen ahora en el tejido, integrando manto y trono en una sola obra de arte

Cada puntada honra el pasado y proyecta el futuro. El verde terciopelo elegido –color de la virtud teologal que da nombre a la Virgen– se aviva con la luz de hilos de oro fino, sedas matizadas y calados que crearán destellos al paso del trono la noche del Jueves Santo. En la cenefa perimetral, un friso rítmico de acantos y romero florecido enmarca la composición; en las “vistas” plegadas bajo los brazos de la Imagen, el dibujo se hace más menudo para abrazarla con delicadeza.

Un manto clásico, sí, pero nuevo en su lenguaje: cada motivo es una lectura rápida para el devoto y una lección de iconografía para el amante del arte sacro. Y, ocultos entre las capas del bordado, los nombres de los donantes quedarán custodiados para siempre como testimonio eterno de fe y gratitud